El canto del mirlo, el renacer del almendro en flor, el silbido de la suave brisa a su paso por el viñedo…

Porque la primavera es luz, es vida. Es el despertar de la vid. Por fin, todos los esfuerzos y cuidados durante el invierno en el viñedo dan sus frutos ahora, cuando el sol comienza a calentar y las temperaturas se mantienen por encima de los 10 grados. Y es que, tras el letargo invernal, la vid inicia su ciclo vegetativo en primavera, después de un merecido descanso, y lo hace llorando, marcando el comienzo de la nueva estación.
 

Un lloro de savia nueva en primavera

Pero este lloro no es de tristeza, sino de alegría. Un lloro que comienza desde la raíz. La planta absorbe la humedad y los minerales de la tierra, y la savia empieza a circular por las raíces. De esta manera, la cepa muestra la reanudación de la actividad de su sistema radicular, recuperando la absorción de agua y elementos minerales del suelo y movilizando sus reservas. Así, se reactiva la vida en el viñedo y se previene la llegada de la brotación, el nacimiento de la vegetación.

No todas las variedades brotan simultáneamente. Durante la brotación, las yemas se hinchan y se alargan, hasta que aparecen los primeros brotes en los sarmientos de la vid. Se trata de un proceso delicado, ya que los fríos de abril pueden provocar heladas inesperadas, que arrasen parte de la cosecha, dañando las yemas y los tallos jóvenes. Durante estas semanas, los viticultores siguen trabajando en el viñedo para perfeccionar el ciclo de la vid. Porque nada es producto del azar.
 

Foliación y floración, el anticipo de la vendimia

Tras este periodo, la planta llegará, a principios de abril, a un nuevo proceso, la foliación. Las hojas, por intranscendentes que parezcan en la elaboración del vino, realizan una labor imprescindible: transforman la savia bruta en elaborada y efectúan la transpiración, respiración y fotosíntesis de la planta. En esta fase del ciclo de la vid, se forman las moléculas de los azúcares y ácidos, que se acumulan en el grano, determinando así el sabor del fruto. Aquí también entra en juego la mano del hombre, en lo que se llama “poda en verde”, seleccionando los mejores para producir racimos de la mayor calidad. Una poda que, de no realizarse, provocaría que se crearan sombras no deseadas, que perjudicarían el desarrollo del fruto.

Y, antes de despedirnos de la primavera, a mediados de mayo, se produce una de las estampas más esperadas en el proceso de cultivo de la vid: la aparición de las flores. Estas son blancas y de apenas 2 o 3 milímetros. De hecho, suelen pasar desapercibidas. Sin embargo, su aparición es un proceso muy delicado y trascendental. Esas pequeñas flores, muy sensibles también a las plagas de insectos y enfermedades provocados por los hongos, deben ser polinizadas por el viento y los insectos. Y solo dos o tres semanas después, comenzaría el cuajado del fruto. La floración, además, nos da ya una idea del volumen de la cosecha y de cuándo comenzará la vendimia.

Por todo ello, la primavera es uno de los periodos más bonitos del viñedo. Desde el despertar de la vid hasta la floración, pasando por el crecimiento de los brotes y las hojas.

 

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